A todo el mundo le gusta
el cine. Hay pelis buenas, y hay pelis malas. Todos decimos que solo nos gustan
las buenas, pero en la mayoría de casos lo hacemos para quedar bien. Sí, nos gusta disfrutar de una buena sesión de cine B en el sofá de su casa. Sabemos que lo
que estamos viendo tiene calidad cero y escaso valor cultural, pero aun así, nos
divertimos con lo más cutre que haya en pantalla. ¿Y cómo vemos esa atrocidad cinematográfica? Puede ser que nos riamos de ella con los amigos un viernes por la noche o que la comentemos con la
familia un domingo a las tres de la tarde. En el peor de los casos, puede que
sea un sábado por la noche y que el único receptor de nuestra critica sea el
gato. O el bote de helado, y eso ya son palabras mayores. Sea como sea que tú
veas esas ¿películas?, en este blog encontrarás sugerencias para que al menos
ese telefilm o pseudo-telefilm que veas sea entretenido.
Quizá me he pasado,
telefilms no. Eso sí, las películas de las que hablaré aquí nunca serán la favorita de los grandes expertos. Entiendo que el cine es algo que no debe limitarse a la alta cultura, sino que tiene que ser accesible para los grandes públicos. Por eso pretendo llevar la sala a tu salón, palomitas incluidas. Las palomitas (u otra comida no saludable en general) son algo que poca gente asocia con el amor al cine, más bien es de amateur total pero para mí son una parte fundamental de la experiencia que hace que uno quiera ver cada vez más películas. El único problema para los espectadores caseros es que por mucho que disfrutes de la comodidad de tu sofá, las palomitas no quedan igual. Al principio queman, y luego es peor porque cuando las masticas son amargas. Palomitas quemadas.